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Carabanchel, in memoriam
24 de octubre de 2008

Texto por: Rafael Cid / Rojo y negro

En España hubo prisiones donde se sometía a disidentes políticos, centros de detención en los que se torturaba y juzgados de excepción que condenaban a gente por el mero hecho de cantar la subversiva “Asturias patria querida”. Las más “famosas” eran la de Carabanchel en Madrid y La Modelo (sic) en Barcelona. Eso ocurrió anteayer y ahora la democracia intenta borrar las huellas de aquéllos crímenes sin castigo. Por eso han mandado demoler la vieja cárcel de Carabanchel, el eslabón más emblemático del panóptico represivo del franquismo. No quieren testigos. Ni dejar huellas. Nada de indultarla para la posteridad. Cuando les apetezca nos contaran cómo pasó y aquí paz y después gloria.

Pero el mapa no es el territorio, por más que la complicidad de algunos, la ignorancia de bastantes y el pasotismo de otros cuantos a veces pueda indicar lo contrario. Quienes vivieron plácidamente el franquismo, como Jaime Mayor Oreja, no deberían poner tanto empeño en destruir los vestigios de aquella dictadura “intrascendente”, según su parecer. ¿Por qué devastar Carabanchel si aquella fue una época casi entrañable? Y sobre todo, ¿por qué los mismos que no encuentran motivo de censura hacia el franquismo se sublevan ante ese pellizco de monja del auto de Garzón sobre la reparación de la memoria histórica?

Al menos, el alcalde de Madrid Alberto Ruíz-Gallardón, aquel mozo-fiscal que secuestró la revista CAMBIO 16 en los albores de la transición, es consecuente con su trayectoria de señorito conservador. Su desapego de cualquier connotación que pueda restarle votos le permite no sólo mandar a sus picapiedra contra la antigua megamazmorra, sino que incluso se recrea en la suerte. Ruíz-Gallardón convirtió en sede oficial del Ayuntamiento el caserón de la madrileña Puerta del Sol donde estuvo enclavada la Dirección General de Seguridad, la DGS, el siniestro centro de confinamiento y tortura en el que actuaban los tristemente famosos comisarios de la policía político-social Roberto Conesa, los hermanos Creix, Billy el Niño y desde cuyas ventanas fue suicidado Julián Grimau.

Claro que de casta le viene al galgo. El pionero del reciclaje político fue Felipe González, quien, antes de ponerse al servicio de Carlos Slim, uno de los hombres más ricos del mundo, llevó el consenso al desideratum de pasearse tan feliz durante las vacaciones en el Azor, el yate donde Franco solía pescar. Ahora sólo nos queda saber si nuestro encartelado mayor, el alcalde de Madrid, de visita a Balí para promocionar la candidatura olímpica, ofrece el Pazo de Mieras como sede de los juegos, modalidad tiro al rojo vivo. Pero si bien se mira, no hay mácula en este guión sino fecunda recreación. Ellos empezaron destruyendo por Dios y por la Patria y continúan destruyendo por Dios por la Patria y el Rey, sólo ha cambiado que en dónde antes cumplía un duopolio ahora rige una trinidad. Y es a nosotros a quien nos queda la misión histórica, entonces y ahora, de construir sobre los restos reventados de esa cárcel de la memoria la memoria de las cárceles. Porque el mapa no es el territorio.




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